jueves, 20 de octubre de 2011

Diez tesis cuestionables sobre los microcréditos

Los microcréditos están de moda y su utilización indiscriminada en los discursos y en los mismos proyectos de solidaridad internacional parece un signo de modernidad incuestionable, que está siendo ampliamente respaldado por instituciones financieras, bancarias y multinacionales extraordinariamente poderosas. Los defensores de estos microcréditos alegan que son un instrumento ideal para los pobres, ya que al solicitarlos, tienen en su mano la posibilidad de salir de la situación de pobreza extrema en que se encuentran. Al mismo tiempo, avalan la bondad de su uso con argumentos de que en su mayor parte son solicitados por mujeres y que sus solicitantes son puntuales pagadores, registrándose unos índices de morosidad prácticamente nulos, lo que demostraría, a su juicio, la capacidad de los mismos pobres por salir de su situación de miseria. Incluso se llega a decir que en tanto que no son limosnas ni subsidios, aquellos que los han solicitado ven elevada su dignidad de forma automática al tiempo que los préstamos no se dirigen hacia sectores estratégicos de la economía, sino que sirven para financiar actividades en sectores prioritarios para la población más desasistida.
En fin, lo que no se comprende bien es que tal cúmulo de bondades como parecen reunir los microcréditos no hayan sido descubiertas antes, porque a juzgar por los defensores de semejantes panegíricos, son tantos los millones de personas que han salido de forma fulminante de la pobreza que prácticamente ya no quedarían en el mundo pobres, sino ignorantes desconocedores de estos milagrosos créditos o gente abandonada y abúlica, incapaz de endeudarse para cambiar así su destino.
El objetivo del presente artículo es someter a un análisis pormenorizado algunos de los principios conceptuales que se han construido en torno a los microcréditos por parte de sus máximos defensores, bien sean algunas de las grandes Instituciones de Microfinanzas (IMF), dirigentes y gobernantes mundiales, responsables económicos, bancarios y financieros, o ONG.
En modo alguno se pretende negar validez a las posibilidades que pueda tener un instrumento de este tipo, sino cuestionar la utilización ideológica indiscriminada que se viene haciendo en torno a los microcréditos para desvirtuar algunos de los grandes dilemas que mantienen abiertas las políticas de cooperación internacional, para avalar la expansión de un proceso de globalización sin normas, así como para facilitar la extensión de algunos de los pilares básicos del neoliberalismo.
El endeudamiento masivo de la población más pobre no puede presentarse como la solución a los problemas de la pobreza y el subdesarrollo en el mundo, y mucho menos como una muestra extrema de libertad y progreso. Más bien, parece que asistimos a un proceso de extensión de la economía bancaria y financiera entre los sectores más pobres, curiosamente los que han estado excluidos de la misma hasta la fecha. Difundir la idea de que los pobres pueden gastar indefinidamente más de lo que realmente tienen genera una falsa comprensión de las verdaderas causas de los desequilibrios sociales y económicos en el mundo y la manera de abordarlos, pero también de la arquitectura global por la que se avanza.
Precisamente, el discurso emergente de los microcréditos se cimenta en la idea de que es el mercado, en este caso el mercado bancario, el que se tiene que encargar de la pobreza, siendo el mejor instrumento para reasignar óptimas condiciones de vida para los pobres del planeta, transformando así las políticas mundiales de cooperación en una simple inserción de los países en desarrollo en un liberalismo económico asimétrico que ha generado tan colosales desigualdades en el reparto de los ingresos y en el acceso a los bienes públicos esenciales. Bueno será que revisemos los fundamentos teóricos sobre los que se extienden los microcréditos. Para ello, hemos tratado de resumir en diez las afirmaciones y tesis más extendidas que se vienen utilizando habitualmente sobre los microcréditos, y que se pueden leer con profusión en las memorias, artículos, informes y discursos que habitualmente se difunden, e incluso en los propios proyectos y evaluaciones utilizados por las entidades no gubernamentales que vienen utilizando ampliamente este instrumento financiero.

Diez tesis cuestionables sobre los microcréditos

1. Los microcréditos son uno de los mejores instrumentos para combatir la pobreza
El avance de la pobreza en el mundo está directamente relacionado con causas múltiples entre las que destacan los procesos de acumulación de riqueza tan formidables que vienen consolidándose en los últimos tiempos, amparados por el avance de un proceso de globalización tremendamente injusto en términos de oportunidades, expectativas y posibilidades. De esta forma, la pobreza tiene unas causas políticas muy directas, tanto en el entramado institucional y financiero que han construido los países occidentales para mantener e incrementar su posición privilegiada, como en los propios países en desarrollo, sometidos a gobernantes tan corruptos como ineficaces, alejados de las necesidades de sus pueblos y sometidos a las exigencias de instituciones multinacionales y de las grandes potencias.
Desde esta perspectiva, la pobreza tiene que abordarse desde una solidaridad activa con los que menos tienen, una solidaridad que impida los procesos de acumulación de riqueza tan salvajes que se están produciendo y que al mismo tiempo entienda la necesidad de que los que más tienen se comprometan activamente con los más desposeídos del planeta. Es por tanto un deber moral y político, un imperativo ético que a través de la tan corrompida ayuda al desarrollo y ese referente simbólico del 0,7% ha tratado de tomar cuerpo, al menos en el papel, sin olvidar un cambio en las estructuras y reglas sobre las que se ha establecido el comercio mundial, las finanzas y los intercambios económicos.
El argumento de que contra la pobreza no hay nada mejor que créditos trata de romper este compromiso político y moral, pretendiendo encubrir las verdaderas causas que están en la base de la pobreza y el subdesarrollo en el mundo y convirtiendo a los pobres en responsables últimos de su situación. Es un arma eficaz para desmantelar el compromiso político y ético que tenemos los que vivimos acomodadamente hacia aquellas otras personas que carecen de lo más esencial y que han convertido su vida en una lucha diaria por sobrevivir. Al mismo tiempo, sirve para anular las políticas de cooperación internacional, transformándolas en políticas de bancarización, convirtiendo la pobreza inmensa en deuda eterna, ya que a mayor número de pobres, mayor número de créditos concedidos, con lo que aseguramos una clientela prácticamente ilimitada que permita engrasar un sistema capitalista que habrá entrado así hasta en los países pobres.
2. Los microcréditos son capaces de garantizar a las capas más desfavorecidas invertir en su propio desarrollo
La transformación de pobreza en deuda, como pretenden los defensores de los microcréditos, se apoya en un darwinismo social bajo el cual aquellos que estén en situación más precaria y vulnerable lo están porque no han querido o podido endeudarse. Es el avance de una cultura basada en el dinero donde todo tiene un precio, pudiéndose comprar y vender, generando una “monetarización de la pobreza” que rompe las redes de solidaridad tradicionales. Es la esencia del neoliberalismo, que sostiene una situación imaginaria bajo la cual, toda aquella persona que quiera, puede salir adelante y prosperar en una economía de mercado hecha para emprendedores y valientes. Claro que esta máxima no sirve en una sociedad profundamente desigual como la nuestra, porque las condiciones de partida no son las mismas para todos, ni tampoco lo son los medios que tenemos a nuestro alcance; y en mucha menor medida para dos terceras partes de la población que viven en una situación de pobreza extrema, sin tener cubiertas las necesidades básicas más elementales.
Precisamente, uno de los mayores problemas en los países pobres es la carencia absoluta de las condiciones básicas de vida, en la medida que los Estados se han desentendido de sus ciudadanos o no tienen las condiciones para garantizarles siquiera su subsistencia. Frente a ello, la sociedad mundial tiene que avanzar sobre la base de que los Estados asuman y garanticen unos mínimos vitales para todos sus habitantes por el solo hecho de serlo, en atención social básica, sanidad, nutrición, educación y vivienda.
Los microcréditos tratan de desviar la responsabilidad sobre el desarrollo social básico de los habitantes por sus países y por la comunidad internacional, transfiriendo esta responsabilidad a cada ciudadano. Todo ello resulta mucho más llamativo cuando la “moda” de los microcréditos se está fomentando desde los países occidentales, allí donde las condiciones de vida y los mínimos vitales suelen estar asegurados, tratando de convencer a los destinatarios, los habitantes de los países pobres, de que su supervivencia es su mejor inversión. Curiosamente, si toda inversión se hace en base a unos excedentes económicos encaminados a obtener una cierta rentabilidad, en el caso de los microcréditos se llamaría inversión a tratar de asegurar la supervivencia y el autodesarrollo de sus endeudados clientes, que por toda rentabilidad obtendrían la posibilidad de poder subsistir, en el mejor de los casos, de forma más digna. Así las cosas, nosotros (los que vivimos en los países ricos) podremos seguir invirtiendo en instituciones financieras, multinacionales, empresas y fondos de inversión, mientras el resto de la humanidad (los que han tenido la mala fortuna de nacer en un país pobre) se mantendrán entretenidos pidiendo créditos para poder sobrevivir.
3. Los microcréditos sacan de la extrema pobreza a sus solicitantes
El endeudamiento hace mucho más vulnerables a quienes menos tienen, acentuando su precaria situación y su necesidad acuciante de comida, educación, salud básica o atención social, ya que al asumir un crédito se encuentran ante una mayor inestabilidad vital. Sin tener satisfechas unas necesidades elementales, un crédito significa exponerse aún más a las inclemencias sociales y dedicar su vida a satisfacer las deudas asumidas para tener al menos una rendija abierta de cara a un futuro incierto, por si necesitan pedir más dinero.
No parece que los microcréditos se estén orientando precisamente a los más pobres, o a quienes tienen más dificultades de acceso al crédito, y los escasos estudios existentes ponen de manifiesto que apenas consiguen mantener las mismas condiciones de vida de sus solicitantes, en la medida en que se destinan a mantener unos mínimos vitales, es decir, a satisfacer las necesidades básicas de los endeudados y sus familias. Parece por tanto más acertado decir que los microcréditos sirven para responsabilizar a sus solicitantes de su propia supervivencia y la de sus familias.
Ningún país, ninguna agencia de cooperación y ninguna IMF ha podido demostrar hasta la fecha de forma empírica el impacto positivo de los microcréditos en la reducción de la pobreza sobre amplias capas de su población más pobre. Hasta el punto de que los datos y las cifras que manejan parten de la apreciación, sumamente estrambótica, de que todo aquel que solicite un microcrédito abandona automáticamente su situación de pobreza por el solo hecho de pasar a ser deudor. Una tesis que se puede encontrar en informes y discursos oficiales que manejan con profusión este principio, similar a sostener que todo aquel que entra en un hospital deja de estar enfermo por el solo hecho de acceder al mismo. Siguiendo con la metáfora, se necesitaría saber la morbilidad y la situación de cada paciente: el esfuerzo que las personas y sus familias asumen al devolver los créditos, los costes sociales y familiares, la carga económica que contraen en relación con sus ingresos, su capacidad real de ascenso social, su movilidad en términos de expectativas vitales, y también las tasas de fracaso. Todo ello está por hacer y a estas alturas, son muchos los autores que sostienen que no hay interés en llevar a cabo un análisis riguroso sobre estos y otros extremos porque todo ello permitiría demostrar la mentira sobre la que se han edificado muchos de estos microcréditos.
4. Los microcréditos son muy positivos porque sus solicitantes son fundamentalmente mujeres
Esta es otra de las grandes falacias que se vienen difundiendo sobre los mismos, siendo sostenido por grandes dirigentes mundiales y por potentes IMF, como Promujer, donde defienden estos argumentos afirmando que “ellas son mejores pagadoras, se preocupan más por el futuro de sus familia y por la educación de sus hijos, son clave en el desarrollo de sus países1”.
Efectivamente, de sobra es conocido que la mujer es responsable de sacar adelante a familias, hijos, parientes y maridos, en mayor medida en países y sociedades donde se mantienen situaciones de explotación patriarcal tan arcaicas como dañinas para la mujer. Convertirlas en “clientes” privilegiadas de los microcréditos es aumentar la responsabilidad que ya tienen sobre sus espaldas e intensificar las situaciones de abuso que se mantienen en muchas sociedades sobre todas ellas, en tanto que son las que con su esfuerzo, trabajo y preocupación vienen luchando por mantener a sus familiares. Para muchas mujeres, asumir microcréditos supone por tanto una sobrecarga en sus ocupaciones domésticas, ya de por sí enormes, elevando las tensiones en el cuidado y la educación de sus hijos, algo que siempre recae únicamente sobre sus espaldas, y convirtiéndolas en endeudadas simplemente para alimentar, cuidar, alojar, educar y vestirse a ellas mismas, a su descendencia, a sus parejas, maridos, esposos, e incluso a su familia o a la de su compañero. En los escasos estudios existentes sobre los microcréditos, dos elementos se ponen de manifiesto con rotundidad al analizar su impacto sobre las mujeres. El primero desmantela el mito de que sean efectivamente gestionados por las propias mujeres, ya que en una proporción muy alta de casos, son las mujeres las solicitantes (porque tienen mayor facilidad para acceder a microcréditos, al ser ellas las que van a trabajar para su devolución y porque son mucho más responsables que los hombres para afrontar las deudas asumidas), mientras que en realidad son los hombres quienes deciden directamente sobre su empleo y gestión. (ver los datos procedentes del Grammeen Bank). El segundo, señala que estos créditos aumentan la situación de angustia, de sumisión, el esfuerzo y las jornadas de trabajo ya de por sí extremas que tienen las mujeres para salir adelante ellas mismas y sus familias.
Buena parte de los microcréditos otorgados a las mujeres de escasos recursos suponen una extensión más de sus actividades domésticas y familiares, lo que se refleja en la naturaleza de los proyectos puestos en marcha por ellas, esencialmente vinculados a la cocina, la costura y las labores del hogar. Así, los informes de Pronafim, una conocida IMF mexicana, señalan que el 85% de las personas beneficiarias de sus programas responden a este perfil, obteniendo cantidades que oscilan entre los 500 a los 20.000 pesos. Las autoridades mexicanas han repetido una y otra vez que sus microcréditos han sacado de la pobreza a todas las mujeres que los solicitaron. Así, el Presidente mexicano, Vicente Fox, ante la Cumbre Mundial de Microcréditos, celebrada en Nueva York en el mes de noviembre de 2002, afirmó con rotundidad que los microcréditos habían reducido en un 3% la pobreza en México, gracias a los microchangarros financiados por su Pronafim. Sin embargo, economistas prestigiosos como Julio Boltvinik, investigador del Colegio de México, aseguró justo lo contrario. Analizando datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la pobreza y la indigencia en México aumentó de forma considerable en esos años.
5. Los microcréditos son tan buenos que su morosidad es bajísima, demostrando con ello que los pobres siempre pagan
El argumento tiene una importante carga de desfachatez. Por un lado, trata de atribuir valores positivos en los pobres, no como personas, no por sus potencialidades, sino por su condición de clientes de las entidades financieras con las que asumen responsablemente sus deudas. Si tan buenos son estos pobres pobres, no se entiende por tanto la razón de que las instituciones financieras y bancarias tradicionales hayan dejado siempre fuera a estos sectores del acceso al crédito y a la financiación. Al mismo tiempo, parece defenderse que los pobres tienen que pagar siempre, porque además de pobres se les exigen unos valores morales muy superiores a los del resto de la población, mientras que a los no pobres (se supone por tanto que a los ricos) se les permite no ser tan buenos pagadores ya que sus muchas ocupaciones y sus abundantes bienes patrimoniales les eximen de estas exigencias. Este principio enlaza con algunos de los argumentos más escandalosos defendidos por los ideólogos del neoliberalismo como el que las pérdidas tienen siempre que socializarse y ser asumidas por el Estado, mientras que los beneficios son siempre privados y propiedad de empresarios e inversores.
Por otra parte, la eficacia de un programa basado en microcréditos no debería sustentarse esencialmente en el índice de devolución, sino en su capacidad para mejorar la vida de sus destinatarios. Cuando se antepone la rentabilidad a la capacidad de transformación social, se deja bien claro cual es el principio que orienta el uso de los microcréditos por sus defensores. Sin embargo, en algunos de los escasos informes existentes se ponen de manifiesto datos que contradirían este manido argumento. De hecho, el propio Grameen Bank, en cuyos informes y discursos oficiales declara una tasa de devolución del 98%, algunos de sus informes evidencian que un 25% de los clientes de este Banco no logra nunca devolver sus créditos.
6. Los microcréditos convierten a los pobres en responsables de su propio desarrollo
El desarrollo básico de las personas, estén donde estén, vivan donde vivan, debe estar asegurado por los Estados y en caso de no ser posible, por la comunidad internacional. Este es un principio que orientó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y que parte de la consideración de unos derechos básicos y una dignidad inherente a toda persona por el solo hecho de serlo. El argumento de que los pobres deben de ser responsables de su desarrollo traslada esta responsabilidad a cada sujeto, haciéndole culpable de su supervivencia y de salir adelante, anulando de esta forma el papel que Estados, gobiernos y la comunidad internacional tienen en el desarrollo de los más pobres. La solidaridad y responsabilidad internacional se transforma así en individualismo y privatismo, en definitiva, se asciende un peldaño más hacia la construcción de sociedades abandonadas a un liberalismo salvaje y depredador.
7. Los microcréditos elevan automáticamente la dignidad de quienes los solicitan
Esta afirmación es tan inconsistente como absurda. La dignidad humana no puede medirse en función de los créditos que se tienen contraídos, sino desde la capacidad que las personas tienen en vivir de forma autosuficiente, teniendo garantizadas sus necesidades básicas y pudiendo ejercer sus derechos más elementales. Con mayor motivo si hablamos de personas que viven de forma paupérrima, sin tener cubiertas las necesidades básicas y viendo día a día como la familia y los hijos carecen de cuestiones básicas para su supervivencia. Así las cosas, la dignidad de los pobres se elevará automáticamente cuando dejen de serlo y puedan a partir de entonces elegir libremente su destino. Es como decir que los pobres dejan de serlo en tanto que son “clientes bancarios” y que la dignidad de las personas se restringe a simples intercambios económicos y monetarios impuestos por el mercado.
8. Los microcréditos y el acceso a los mismos deben ser un derecho humano básico
Son otros muchos los derechos humanos básicos que la comunidad internacional ha ido proclamando en las últimas décadas, y algunos de ellos tienen que ver precisamente con la cobertura de las necesidades básicas y el ejercicio de sus libertades. Anteponer todos ellos a la capacidad de endeudarse es frivolizar sobre los derechos humanos elementales, ignorar la importancia de acceso a todos ellos y que puedan ser garantizados por la comunidad internacional, al tiempo que se desvía la atención sobre sus incumplimientos, así como por las violaciones y vulneraciones que se vienen cometiendo. Bajo ningún concepto el derecho al crédito puede considerarse a la misma altura de otras cuestiones esenciales para la simple supervivencia de las personas o incluso por delante de su propia libertad, y quienes así lo hacen tratan de trasladar una idea esencialmente capitalista de la humanidad por la cual la única libertad está en el dinero.
9. Los microcréditos constituyen el mejor instrumento de la cooperación internacional y son una herramienta que ha revolucionado la ayuda al desarrollo
Esta afirmación es tan inconsistente como poco fundamentada, ya que hasta la fecha no existe un solo estudio, análisis o investigación empírica que demuestre en un solo país una mejora sustancial en el desarrollo de amplios grupos de la población. Todo ello ha sido sustituido por discursos, soflamas y declaraciones rimbombantes que tratan de situar como verdad de fe algo que no supera esta simple consideración.
Por otra parte, los defensores de este argumento tratan de minusvalorar y descalificar las políticas de solidaridad mundiales y con ello, las responsabilidades de los países ricos en esta materia. El dato más elocuente que demuestra la inexactitud de esta afirmación es que a pesar de las tres décadas de existencia de los microcréditos, los niveles de pobreza y subdesarrollo en el mundo no han disminuido, ni a nivel mundial ni en los países donde han tenido su máximo apogeo.
No debemos olvidar que las políticas de cooperación son también políticas de compensación que tratan de transferir una pequeñísima parte de los gigantescos recursos de los países ricos hacia los países pobres, en la medida que un mundo globalizado como el nuestro consolida espacios de riqueza y acumulación en los países occidentales, cimentados desde una posición de preeminencia basada en una estrategia histórica de expansión hacia los países del Sur como nuevos espacios para la producción, la inversión y el consumo. Sin embargo, estos mismos países subdesarrollados, con excedentes de mano de obra, no han visto normas similares para favorecer la movilidad de sus ciudadanos hacia los países occidentales o mejorar su desarrollo, o diversificar su producción basada habitualmente en la exportación de materias primas. El proceso de globalización aumenta aún más esta situación tan desigual, impidiendo con ello que los países en desarrollo puedan captar recursos para impulsar inversiones y generar así nuevas capacidades productivas. En lugar de ello, son cada vez más dependientes de capital, de inversiones, de tecnología y de conocimiento de los países industrializados. La cooperación para el desarrollo debe entenderse así desde esta compensación necesaria, y todo aquello que incida en deslegitimar, erosionar y cuestionar estas políticas debilita también las políticas de solidaridad y nuestro compromiso con los más pobres.
10. El acceso al microcrédito debe ser una de las prioridades para alcanzar el logro de los Objetivos del Desarrollo del Milenio
En el año 2000, los líderes de los países occidentales acordaron solemnemente fijarse una serie de objetivos en materia de desarrollo humano esencial que permitiera reducir a la mitad en el año 2015 la pobreza en el mundo, actuando especialmente sobre la educación básica, las enfermedades endémicas y la malnutrición, con una intervención muy contundente sobre todo el continente africano. Todo ello se recogió de forma pomposa en los llamados Objetivos del Milenio, que no eran sino una nueva reducción en el avance hacia los objetivos mundiales de desarrollo que en cumbres y conferencias mundiales se han venido acordando en décadas anteriores y que han sido sistemáticamente incumplidos. A cinco años del acuerdo, y cuando los países occidentales deben evaluar el avance conseguido en este lustro, los datos recogidos en un informe recientemente elaborado por la ONU no pueden ser más desalentadores, constatando la ausencia de voluntad política y la carencia deliberada de medios económicos para abordar una vez más los compromisos anunciados a los cuatro vientos por los países ricos, mientras los volúmenes de ayuda siguen descendiendo a nivel mundial y las nuevas prioridades en torno a la lucha contra el terrorismo y la seguridad están desviando grandes cantidades de recursos hacia estos fines. Al mismo tiempo, las prioridades económicas y comerciales están cobrando un nuevo vigor en las políticas de cooperación y ayuda, como lo demuestra la actuación de la comunidad internacional (basta con observar el papel de España) ante el desastre del sudeste asiático con motivo del tsunami que asoló la región y la primacía de créditos comerciales en las ayudas ofrecidas.
No puede negarse que el desarrollo no depende tan solo de lo que aporten los países donantes, sino muy especialmente de la disposición y el esfuerzo de los países pobres para mejorar las condiciones de vida en sus países, emprender amplias reformas que profundicen en la democracia, reduzcan las enormes diferencias de acceso a la riqueza y permitan el acceso a bienes básicos como salud, educación básica, la propiedad y explotación de la tierra así como la construcción de infraestructuras básicas, la mejora en el funcionamiento de los mercados, y el fortalecimiento de unos menguados Estados con frecuencia ineficientes y corruptos. Sin embargo, la globalización avanza sobre unas reglas tan injustas en la economía, el comercio, las finanzas, las tecnologías y el conocimiento que día a día se agranda aún más la gigantesca brecha que ya existe entre unos países y otros.
Ante este escenario, los microcréditos tienen un papel absolutamente residual de cara a dar respuesta a los compromisos asumidos por los gobernantes mundiales y conseguir que éstos sean llevados a cabo. Estamos ante acuerdos mundiales de naturaleza política, que tienen que tener respuestas de carácter político en cada uno de los Estados firmantes y por parte de cada uno de sus dirigentes políticos. Sostener que los microcréditos van a ser la panacea para la consecución de los Objetivos del Milenio significa desconocer el significado de este acuerdo y ofrecer excusas para su incumplimiento, en mayor medida cuando los microcréditos poco pueden hacer para incidir en el avance de la educación básica entre los niños, la erradicación de enfermedades parasitarias como la malaria o epidemias como el SIDA, proporcionar agua potable o atención sanitaria elemental a aquellas poblaciones que carecen de ello. Basta con contemplar los llamados Objetivos del Milenio asumidos por la comunidad internacional para comprender la inadecuación de un instrumento crediticio como el que analizamos.
Algunas reflexiones finales
Sin duda, el movimiento que se está desplegando alrededor de los microcréditos supone un paso más en la expansión del capitalismo global. En este caso, el proceso tiene la virtualidad de dirigirse hacia los sectores más pobres y vulnerables, habitualmente alejados de la globalización neoliberal al no ser potencialmente atractivos para las corporaciones empresariales y financieras, introduciéndoles en la bancarización a través de un producto diseñado específicamente para ellos.
Los microcréditos se nos presentan como instrumentos repletos de virtudes y de éxitos a pesar de que todo ello está aún por demostrar. Su pretendida capacidad instrumental para eliminar la pobreza parece más encaminada a vaciar las responsabilidades políticas e institucionales que existen en su mantenimiento que en ofrecer transformaciones sustanciales que mejoren el acceso a bienes públicos globales por parte de los más desfavorecidos y aumenten el compromiso activo de los gobiernos y países más ricos con su eliminación. Al mismo tiempo, la simple referencia a este instrumento parece avalar cualquier política, actuación o programa, por contrapuesto que pueda ser, llegándose incluso a ofrecer como políticas de codesarrollo programas de microcréditos de difícil acceso para sus destinatarios y a los que se quiere endeudar por años para obligarles a retornar a sus países, algo está siendo ofrecido como tal por algunas ONG y siendo financiado por determinadas instituciones públicas.
Cierto es que el mayor éxito de los microcréditos se ha situado, hasta la fecha, en la articulación de propuestas alternativas que permitan proporcionar mecanismos financieros nuevos a disposición de los sectores más desfavorecidos y en los países del Sur. Sin embargo, es necesario todavía un trabajo mucho mayor en la puesta en marcha de fórmulas solidarias, avanzadas y capaces realmente de apoyar a sectores alejados del acceso a la financiación, sin la gravosa carga de la deuda que estos grupos sociales no pueden asumir como una nueva y pesada losa en su ya esforzada vida.
Por el contrario, buena parte de los microcréditos se han diseñado como instrumentos de un mercado neoliberal y global, avanzado hacia instrumentos pensados por y para los ricos, capaces de generar espacios clientelares, de dependencia y control sobre grupos vulnerables; como fórmulas nuevas de financiación para ONG y grupos de poder que vacían toda la carga de injusticia e iniquidad que rodea la existencia de la gigantesca pobreza que se mantiene en buena parte de la humanidad hoy día; convirtiendo a estos sectores marginales en culpables de su situación por no haberse entregado en manos de un capitalismo global que sustituye a las personas por endeudados, generando una espiral de darwinismo social que lleva a suponer que todo aquel que mantiene su situación de pobreza es porque quiere al no haber solicitado un crédito. Tampoco pueden dejarse de lado las tramas de dependencia y control que se tejen sobre la población solicitante de estos “nanocréditos”, especialmente por las IMF y las ONG, para asegurarse el pago de las deudas, llegando desarrollar pautas de control y seguimiento de las familias absolutamente intolerables.
Posiblemente tengan que explorarse nuevas fórmulas de economía social, formas comunales de producción, sistemas avanzados de cooperativas y sociedades productivas, medidas para fomentar empleo público desde las administraciones descentralizadas y desde aldeas y núcleos rurales. En definitiva, fórmulas nuevas para generar riqueza y desarrollo que no pasen necesariamente por el endeudamiento y el empobrecimiento generalizado como único designio hacia el que todos avanzamos irremediablemente.
 
*Carlos Gómez Gil es Doctor en Sociología, profesor en el Departamento de Análisis Económico Aplicado de la Universidad de Alicante, Director de Seminario Permanente de Inmigración de la Sede Universitaria “Ciudad de Alicante” de esta Universidad y coordinador del área de cooperación internacional de BAKEAZ. Este artículo forma parte de un trabajo más amplio publicado por el Ayuntamiento de Córdoba, con el título “Los microcréditos en la cooperación para el desarrollo”. Una versión más reducida del mismo ha sido publicada en el nº 19 de la edición impresa de Pueblos, diciembre de 2005, pp. 56-58.

4 comentarios:

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