jueves, 20 de octubre de 2011

Microcrédito, macro problemas




El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a Muhammad Yunus, considerado
el padre del microcrédito, sobreviene en un momento en que el
microcrédito se ha convertido en una especie de religión para muchas
personas con poder, fortuna o fama. Hillary Clinton habla regularmente
sobre su viaje a Bangladesh, patria de Yunus, donde se sintió "inspirada
por el poder de estos préstamos que ayudan incluso a las mujeres más
pobres a iniciar negocios, permitiendo que sus familias -y sus
comunidades- salgan de la pobreza".


Al igual que la liberal Clinton, el neoconservador Paúl Wolfowitz, ahora
presidente del Banco Mundial, también se ha sumado a la religión, luego
de un reciente viaje al estado de Andhra Pradesh, de la India. Con el
fervor del convertido, él habla del "poder transformador" del
microfinanciamiento: "Pensé que quizá éste era un solo proyecto exitoso
en una aldea, pero entonces fui a la aldea siguiente y encontré la misma
historia. Esa noche, encontré más de cien mujeres líderes de grupos de
autoayuda, y me di cuenta que este programa estaba abriendo
oportunidades para las mujeres pobres y sus familias en todo un estado
de 75 millones de personas".


No cabe duda que Yunus, economista de Bangladesh, concibió una idea
ganadora que ha transformado las vidas de muchos millones de mujeres
pobres, y quizás solo por eso, él merece el premio Nobel. Pero Yunus
-por lo menos el joven Yunus, que al inició no contaba con la ayuda de
instituciones globales- no veía su Banco Grameen como panacea. Son
otros, como el Banco Mundial y las Naciones Unidas, quienes lo han
elevado a ese estatus (y, algunos dicen que a Yunus también le han
convencido que es una panacea), de modo que el microcrédito se presenta
ahora como una vía del desarrollo relativamente indoloro. Mediante su
dinámica que establece la responsabilidad colectiva del reembolso de un
grupo de mujeres prestatarias, es cierto que el microcrédito ha
permitido de hecho a muchas mujeres pobres revertir la pobreza aguda.
Toda vez, son principalmente las moderadamente pobres, más que las muy
pobres, quienes se benefician de ello, y son pocas quienes pueden
afirmar que han salido permanentemente de la inestabilidad de la
pobreza. Asimismo, no muchas pretenderían que el grado de
autosuficiencia y la capacidad de enviar sus niños a la escuela, que
resulta del microcrédito, sean indicadores de haber escaldo a niveles de
prosperidad de la clase media. Como lo anota la periodista económica,
Gina Neff, "después de 8 años de pedir préstamos, el 55% de los hogares
de Grameen todavía no puede resolver sus necesidades alimenticias
básicas; de modo que muchas mujeres utilizan sus préstamos para comprar
alimentos, en lugar de invertirlos en un negocio".


En efecto, Thomas Dichter, quien ha estudiado el fenómeno a fondo,
afirma que la idea de que el microfinanciamiento permite que sus
beneficiarios pasen de la pobreza a ser microempresarios está inflada.
Al esbozar la dinámica del microcrédito, Dichter sostiene: "Sucede que
los clientes con la mayor experiencia comenzaron utilizando sus propios
recursos, y aunque no han progresado mucho -y no pueden, porque el
mercado es sencillamente demasiado limitado- tienen un volumen de ventas
suficiente como para seguir comprando y vendiendo, y probablemente lo
harían con o sin el microcrédito. Para ellos, los préstamos se desvían a
menudo al consumo, al contar de pronto con un monto relativamente
grande, un lujo que no les permite su volumen diario de ventas".
Concluye: "definitivamente, el microcrédito no ha hecho lo que la
mayoría de entusiastas del microcrédito pretenden que puede hacer:
funcionar como capital dirigido al aumento de la renta de una actividad
empresarial".


De allí, la gran paradoja del microcrédito, como lo expresa Dichter,
que: "es poco lo que la gente más pobre puede hacer productivamente con
el crédito; y quienes pueden hacer más, en realidad no necesitan tanto
el microcrédito, sino cantidades más grandes, con condiciones de crédito
distintas (a menudo a más largo plazo)".


En otras palabras, el microcrédito es una gran herramienta como
estrategia de supervivencia, pero no es la clave del desarrollo, que
exige no solamente inversiones masivas, intensivas en capital, y
dirigidas por el Estado, para construir industrias, sino también atacar
frontalmente las estructuras de la desigualdad, tales como la propiedad
concentrada de la tierra, que sistemáticamente privan de recursos a los
pobres para escapar de la pobreza. Los programas de microcrédito
terminan coexistiendo con estas estructuras enraizadas, sirviendo como
red de seguridad para la gente excluida y marginada por ellas, sin
transformarlas. No, Paul Wolfowitz; el microcrédito no es la clave para
poner fin a la pobreza que existe entre las 75 millones de personas en
Andhra Pradesh. Siga soñando.


Quizás una de las razones de tal entusiasmo por el microcrédito en los
círculos del establishment, hoy en día, es que se trata de un mecanismo
basado en el mercado, que ha gozado de un cierto éxito, justamente
cuando otros programas basados en el mercado se han estrellado. Los
programas de ajuste estructural que han promovido la liberalización del
comercio, la desregulación y la privatización, han traído mayor pobreza
y desigualdad a la mayor parte del mundo en desarrollo, durante el
último cuarto de siglo, y han convertido al estancamiento económico en
una condición permanente. Muchas de las instituciones que promovieron y
siguen promoviendo estos fallidos macro programas (a veces bajo nuevas
etiquetas como los “Papers’ de Estrategia de Reducción de la Pobreza"),
como el Banco Mundial, son a menudo las mismas que promueven los
programas de microcrédito. En términos generales, el microcrédito se
puede considerar como la red de seguridad para millones de personas que
se encuentran desestabilizadas por las macro fallas a gran escala
engendradas por el ajuste estructural.


Sí se han producido avances en la reducción de la pobreza en algunos
lugares, como China, donde, contrariamente al mito, son las políticas
macro dirigidas por el Estado, y no el microcrédito, el factor central
para sacar de la pobreza a unos 120 millones de chinos.


Entonces, probablemente la mejor manera de honrar a Muhammad Yunus es
decir, sí, él merece el premio Nobel por haber ayudado a tantas mujeres
a hacer frente a la pobreza. Sus acólitos hacen un descrédito a este
gran honor, e incurren en la demagogia, cuando reivindican que él ha
inventado una nueva forma compasiva de capitalismo -el capitalismo
social o el “empresariado social"- que sería la bala mágica para
terminar con la pobreza y para promover el desarrollo. (Traducción: ALAI).



- Walden Bello es profesor de sociología y administración pública en la
Universidad de las Filipinas, y director ejecutivo de Focus on the
Global South. Focus On Trade, # 124, octubre 2006. [Published on Sunday,
October 15, 2006, by The Nation].

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Servicio Informativo "Alai-amlatina"
Agencia Latinoamericana de Informacion - ALAI
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